Sigmund Freud

“He sido un hombre afortunado en la vida: nada me fue fácil”,

…dijo Sigmund Freud en una ocasión. El padre del psicoanálisis, cuyas teorías han sido objeto de estudio y controversia en todo el mundo, no solo tuvo el coraje de abordar la psicología desde una perspectiva completamente nueva moviendo el centro de la conciencia al inconsciente, sino que también desarrolló una línea de pensamiento muy interesante que le da un vuelco a la manera convencional de ver el mundo.

“La ciencia moderna aún no ha producido un medicamento tranquilizador tan eficaz como lo son unas pocas palabras bondadosas”.

“El que ama, se hace humilde. Aquellos que aman renuncian a una parte de su narcisismo”.

Lo de Freud con su esposa, Martha Bernays, fue amor a primera vista. Compartió con ella más de medio siglo y, aunque se ha hablado muy poco de su relación, Freud reconoció que su esposa se volvió tan valiosa para él como su propia vida. En la biografía de Martha Freud se cuenta que Freud renunció a continuar con las pruebas sobre las propiedades anestésicas de la cocaína, que luego hicieron la fortuna de un colega suyo, por el tiempo que pasó junto a su esposa que para él valía mucho más que aquel éxito. Sin duda, el amor auténtico es aquel que nos hace humildes y nos anima a desprendernos de nuestra faceta más egocéntrica y narcisista.

La tradición es la excusa de las mentes perezosas que se resisten a adaptarse a los cambios”.

Las tradiciones nos ofrecen la sensación de seguridad en un mundo que a veces nos parece demasiado caótico. Se convierten en una especie de asidero al cual aferrarnos cuando todo lo demás se desmorona. De hecho, en los momentos de inestabilidad y crisis es cuando nos aferramos con más fuerza a las tradiciones y las usamos como un escudo para intentar protegernos de los cambios y la incertidumbre. Sin embargo, en algunos casos aferrarse a las tradiciones implica anclarse en el pasado y negarnos a adaptarnos a las nuevas condiciones. Así jamás podremos asir el futuro.

“Las emociones reprimidas nunca mueren. Están enterradas vivas y saldrán a la luz de la peor manera”.

Desde pequeños nos han enseñado a ocultar y reprimir algunas emociones, catalogándolas como inadecuadas o incluso negativas. Nos han hecho pensar que si experimentamos emociones como la ira, la hostilidad, la rabia o la frustración somos malas personas. Como resultado, no aprendemos a gestionar esos estados emocionales sino que intentamos esconderlos. No obstante, como señala Freud, las emociones reprimidas no desaparecen, siguen determinando nuestro comportamiento y afectando nuestro bienestar desde el inconsciente y, a menudo, salen a la luz de la peor manera, explotando con fuerza cuando no las podemos contener más, haciendo daño a quienes nos rodean o a nosotros mismos.

 

 

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